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PERICO DE LOS PALOTES CABALGA DE NUEVO
Una flor para mascar o el acercamiento a la cultura hippie

Por: Marisela "sweety" Arbeláez

En el colegio nos enseñaron que teníamos que ser tolerantes, comernos todo el almuerzo, cantar el himno de Bogotá seguido por el de Colombia con la mano en el pecho, a que todos somos iguales y que el uniforme del colegio hay que respetarlo y portarlo con orgullo. De las anteriores enseñanzas quiero dedicarle un espacio y unas palabras a una en especial: la tolerancia.

Revisemos pues una acertada definición de éste término: tolerancia: Capacidad de un organismo para soportar determinadas cantidades de una sustancia sin tener síntomas de rechazo o intoxicación.

Ahora bien, trasladémoslo a nuestro escenario: ¿qué podemos tolerar y que no? O más bien, ¿qué debemos tolerar y que no? Hay ciertas porciones de la sociedad que uno como individuo y ciudadano está en el deber de respetar y tolerar porque como todo en esta ciudad y este país es un juego de poder: los buseteros, los taxistas, los chúcaros o chupas de tránsito y hasta tal vez los vástagos de Prometeo que se paran en los semáforos haciendo acrobacias con fuego mientras el que está de primero en la fila piensa me van a quemar el capó. Con ellos convivimos a diario, nos hemos vuelto inmunes a ellos, y los hemos apropiado como parte del colorido folklore nacional; hacen parte de nuestra identidad fiestera, recochera, que todo colombiano que pisa tierras extranjeras (asi sean las de nuestro vecino país Ecuador) saca a relucir, entonando temas con sabor compadre de nuestros tan aclamados Shakira, Carlos Vives y Juanes. Pero hay unos ciertos especimenes que deberíamos estudiar con atención y plantearnos la pregunta del papel que juega la tolerancia con estos entes: los hippies.

¿Cómo puede existir aún hoy en día alguien que le parezca lo máximo, que su proyecto de vida esté centrado en hacer pulseritas maricas (que además son el mismo modelo desde 1968), vender pretendiendo ser unos bacanes y los amigos del pueblo diciendo (valga pues aclarar que cualquier guevón es un bacán) mira linda, pide un deseo por alguien y cuando se te cumpla, pásaselo a esa persona...bla bla bla, y lo más importante de todo, pensar que ser cochino es MUY chévere. ¿Cuándo descubrirán los placeres del baño, los exfoliantes, el shampoo, los jabones líquidos, el aftershave, la sensación de rasurarse, el desodorante? Placer milenario, sabios romanos y egipcios. Pero no, para ser hippie hay que seguir al pie de la letra los diez mandamientos del hippie: Mientras te dure la onda, no te bañarás, no te afeitarás, no te cambiarás de ropa, no te lavarás los dientes -mucho menos utilizarás Listerine-, hablarás maricadas, tratarás de no encontrar tu lugar en el vasto universo, sembrarás un jardín y fumarás cannabis el día entero, serás un atrapado, rasguñarás las piedras y por sobre todas las cosas, apestarás. He dicho.

¿Por qué entonces señores, debemos tolerar estos especimenes que nos producen síntomas de rechazo e intoxicación? Era bien ser hippie en los 60s, 70s, duro en los 80s, durísimo en los 90s, pero joder, en pleno siglo XXI? En el siglo en que estamos a punto de ser devorados por la tecnología? ¿en que la revolución genética nos permite hasta decidir si queremos que nuestros bebés sean monitos y ojiazules en vez de morenitos y chiquitos? No hemos de tolerar, así nos lo hayan inculcado desde pequeños en el colegio, que sigan apareciendo generaciones de hippies, con el mismo cuento chino y su característico mal olor. No podemos permitir que existan per secula seculorum (como quiera que se escriba), es hora de acabar con las ruanas ecuatorianas o en su defecto de Ráquira o Villa de Leyva- y de quemar los acetatos de Jeffersons Airplane. Hace rato pasaron los sesentas, hace rato se separaron los Beatles, hace rato debieron desaparecer los hippies. Yo me aguanto los hampones, los buseteros dementes, hasta las nuevas reglas del nuevo código de tránsito. Pero es hora de decirles a los apestosos NO MAS, por favor evolucionen, vivan el cambio, o como dirían los legendarios Byrds turn, turn, turn.

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