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PERICO DE LOS PALOTES CABALGA DE NUEVO
Los policías cívicos: muestra coprológica de su condición

Por: Elver Gómez Torva

El presidente Uribe tiene anonadado al país. La gente se enorgullece de su vocación campesina y se hincha de júbilo cuando, con su disciplina de ordeñador, manda y hurga con su olfato de reptil todo cuanto le rodea. ¡Ahora sí tenemos presidente! cantan todos al unísono. El Estado policivo nos está invadiendo por doquier y a nadie parece importarle. Se restringen las libertades, ya no solamente de locomoción, sino también de expresión. Se limitan los más básicos derechos y, como si fuera poco, el Gobierno ostenta al superministro Londoño, vástago de la más enconada, rancia y retrógrada godarria nacional.

La policía cada vez parece tener más respaldo popular. Estos cerdos macheteros al mando del general Teodoro, de igual condición a la de los guerrilleros o los paramilitares, son quienes están subrepticiamente controlando todos y cada uno de los movimientos. Y para colmo de males, por estos días se ha vuelto muy popular el fenómeno de la policía cívica: organización de batracios al servicio de la lambonería y el panoptismo.

Estos reptiles miserables cada vez me producen más escozor y me inclinan a pensar en métodos idóneos que me permitan alcanzar su definitiva eliminación. Los cerdos estos son atarvanes, serviles y altamente despreciables. Están al acecho de víctimas a través de las cuales les resulte legítimo desahogar sus múltiples frustraciones. Son, en mi parecer, los típicos troles colegiales que siempre estuvieron relegados por los mandones de su clase, y a quienes nadie nunca les interesó integrar a ninguna categoría grupal; son pelafustanes de poca monta que pretenden expiar sus culpas y vergüenzas por medio de la represión, lo cual es el típico fenómeno de los animales más débiles y detestables como la hiena y los carroñeros, los cuales, una vez tienen a la indefensa presa bajo su mando y poder, se recrean en dentelladas hambrientas y voraces. Pero entiéndase que no son ellos como las leonas quienes realizan el trabajo duro de la caza: al igual que en las sabanas africanas, son ellos los oportunistas del esfuerzo y el sudor de las leonas. Yo nunca he sido asaltado por alguno de estos rebaños de ñúes, pero sí he sido testigo de su altivez y su alevosía. He sido observador de situaciones en las que se regodean entre los coprolitos del sufrimiento ajeno y la caca de la miseria del tránsito. Pero si no nos tomamos en serio el problemita que se nos viene encima, a lo mejor y muy pronto, estaremos afrontando los desmanes de esta despiadada horda policiva vestida de civil. Y sonaré mamerto, pero nada más peligroso para una sociedad que tener parapolicías al servicio de la coima y del serrucho.

¡Desobedezcamos a este ejército de batracios, e impongámosles el rigor de la indiferencia y la desobediencia ciudadanas!

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